- Diana Elizabeth Castellanos Leal (Gabrielle Esteban)
“Yo te prefiero fuera de foco,
Inalcanzable.
Yo te prefiero irreversible,
Casi intocable…”
Fragmento de “Persiana Americana” de Gustavo Cerati.
Inicio este ensayo desde una posición subjetiva y subjetivada. Al nombrarme Gabrielle, persona Transgénero[1], colombianx[2] inmigrante en el Ecuador, estudiante de un postgrado, estoy planteando una “(…) relación de un sí, [de mi mismx], con otro” (Rancière, 2006: 21) Me ubico entre numerosas identidades y a través de esos nombres trato de establecer cierta igualdad, a pesar del cruce de mis identidades y de mis nombres (2006: 22) Y a pesar de utilizar el adjetivo - posesivo mis la múltiple subjetivación de la que estoy partiendo “es una heterología, una lógica del otro” (2006: 23), no me nombro, no me identifico: ya lo han hecho por mí. Entonces, si esta es la lógica del sujeto político que supongo ser, es lógico y preciso también, poner en cuestionamiento esas identidades desde dónde “me nombro”. Mi atención se centrará en las identidades Transgénero, como una práctica de “deconstrucción” fallida, en tanto que se remite a un discurso hiperfeminizante o hipermasculinizante de los cuerpos con identidades de género diversas. Para que una persona, y más específicamente su cuerpo, sea reconocido desde su lugar de enunciación[3], éste cuerpo, a pesar de las diferentes intervenciones que se puedan hacer en él, no puede salirse de lo que culturalmente, e incluso biológicamente, se ha inscrito como las categorías “hombre - masculino” y “mujer - femenina”.
También pongo en discusión la subjetividad desde la cual hablo. Discuto mi experiencia y mi práctica política como persona Transgénero. Por ello, quisiera entonces comenzar por controvertir qué hace válida mi voz y el discurso que propongo. Parafraseando en sentido negativo a Foucault, el discurso que traigo a colación, no está en el marco de las leyes, y por ello, no se espera su aparición, no se le está preparando un lugar de honra y con dificultad conseguirá un lugar de poder, si es que lo buscara, y aún, sin embargo, puede desarmar (Foucault, 2002: 13) Contradiciendo de nuevo al ilustre francés, éste discurso emerge de la necesidad de empezar, de atravesar otros discursos impuestos y el mío propio para, ahí sí, “considerar desde el exterior cuánto podía tener de singular, de temible, incluso quizá de maléfico” (2002: 12) “Lo maléfico” y “lo prohibido” son dos de las características con las que se ha identificado la diferencia y dos argumentos con los cuales se ha excluido y eliminado a esta, por ello me recojo, me identifico y me posiciono en ellas para hablar. Foucault decía que todo el mundo sabe que no se tiene el derecho a decirlo todo. Lo que hace válida mi voz, es que creo que tengo el derecho a decirlo, porque es necesario hacerlo, desde lugares equidistantes a los ya impuestos y ya conocidos.
Para iniciar mi recorrido discursivo, implementaré un encuentro multivocal, para recomprender y reinterpretar conceptos como el de DIALÉCTICA NEGATIVA (de Adorno y la Escuela de Frankfurt), DECONSTRUCCIÓN (de Derrida), SUBJETIVACIÓN POLÍTICA (de Rancière), y CHE VUOI? (de Zizek) y hacerlos temas que acompañen la crítica de “La Modernidad líquida”, con la cual me encuentro en cierto puntos, pero sin caer en el absoluto pesimismo y sin salida con que Bauman me desconcierta. En principio, todos estos conceptos pueden ser contradictorios entre sí, pero me acojo al eclecticismo, tratando de dar un debate no lo suficientemente abierto sobre las “nuevas” identidades políticas, corporales, sensuales, sexuales, sensoriales que están “invadiendo” el escenario de lo público. Lo reitero, parto de la necesidad de hacerlo.
Lo anterior es comprensible si analizamos la estructura[4] dentro de las que esas nuevas identidades políticas se inscriben. En la Modernidad se enquistó un sistema sexo-género heteronormativo que consolidaba unos objetivos: la institución “familia”, como reproductora de individuos, de imaginarios, de prácticas y usos sociales que reflejan y conservan el tipo de sociedad específico necesario para cada Estado – Nación; consolidación de las categorías hombre – masculino y mujer – femenina, en tanto relaciones de poder y dominación económica, social y política; el fortalecimiento de un sistema de creencias, de relaciones de poder y prácticas culturales que “producen” unos tipos de cuerpo, de sexualidades, de afectos, de deseo que se imponen por encima de otros tipos y que son la piedra angular para determinar lo “anormal” y lo que se puede excluir.
El fallido intento al que me refiero es comprensible en tanto se enmarca en lo que la “deconstrucción”[5] como concepto filosófico propone. Si la estructura es la antes descrita, cabría suponer que las identidades Transgénero atacan, cuestionan, dudan de ese sistema. El prefijo – sustantivo latino trans que significa a través, todo, más allá, en el lado opuesto, movilidad, fluidez, por lo tanto indica que la propuesta debería ser precisamente un género abierto y atravesado, deslocalizado, móvil, que no ha sido concluido. Dentro de esa estructura, (...) Para ser reconocido, debe servir para la conservación y perpetuación del todo ordenado. Solo ese orden, exclusivamente, no requiere legitimación, porque tiene, por así decirlo, "su propio propósito". Simplemente es, y no puede desaparecer: eso es todo lo que podemos o necesitamos saber de él” (Bauman, 2002: 61) Si una identidad como la Transgénero fuera coherente con su significado inicial, no concordaría con la estructura, y por lo tanto sería expulsada. La gran sorpresa es que estas identidades se han posicionado en “lo público” precisamente porque han actuado en la cotidianidad, como la estructura lo requiere.
Siendo así, es válida la pregunta que propone Kwame Anthony Appiah al cuestionarse sobre si “(…) ¿Las identidades representan un freno para la autonomía o son ellas la que la configuran?” (Appiah, 2007: 20) Las identidades desde las que me nombro y me pienso entran en un marco histórico específico, el de la Modernidad. La ilusión para las y los sujetos de obtener una mayoría de edad que fuera paralela a la autonomía de los individuos “producidos” por los grandes Estados – Nación, era la promesa más valiosa de ese marco histórico y el más grande debacle en el que nos hemos sumergido. En ella “(…) La necesidad de transformarse en lo que uno es constituye la característica de la vida moderna -y solamente de ella (no de la "individualización moderna", ya que esa expresión es un pleonasmo evidente; hablar de individualización y de modernidad es hablar de una sola e idéntica condición social)-. La modernidad remplaza la heteronomía del sustrato social determinante por la obligatoria y compulsiva autodeterminación”. (Bauman, 2002: 37) Nos sumergimos en una ficción llamada autonomía, llamada libertad.
Bauman nos recuerda que la libertad sólo es posible habida cuenta del obedecimiento a las reglas y modos de conducta correctas para sostener el sistema (2002: 13) Si esa libertad es condicional, las identidades con las cuales nos identificamos y nos subjetivamos, son condicionales también. Zizek lo plantea de mejor manera, pues afirma que “(…) Uno debe tener en cuenta siempre que el deseo realizado (escenificado) en la fantasía no es el del sujeto, sino el deseo del otro: la fantasía, la formación fantasmática es una respuesta al enigma del che vuoi?, “¿estás diciendo esto, pero que es lo que realmente quieres al decirlo?”, que define la posición constitutiva primordial del sujeto. La pregunta original del deseo no es directamente “¿qué quiero?”, sino “¿qué quieren los otros de mí?, ¿qué ven en mí?, ¿qué soy yo para los otros?” (Zizek, 1999: 18) Entonces creo subvertir un sistema, una estructura impuesta al enunciarme como Transgénero, a través de un discurso, que no corresponde con la práctica cotidiana, cuando al hacerme una intervención quirúrgica, estética o jurídica, sólo busco acomodarme a lo ya impuesto y afirmado dentro de esa estructura, así sea desde el lado opuesto al que inicié, por lo menos biológicamente.
Es evidente que el sistema sexo – género no nos permite hablar de identidades de género u opciones sexuales “no normativas”, cuando precisamente las prácticas muestran que hay una hipernormativización para forzar que esas identidades encajen. Me explico. Una persona, con una identidad de género masculina, pero con un cuerpo biológicamente femenino, además de enunciarse como “hombre”, debe demostrar que culturalmente lo es. Para ello se ha dispuesto desde dispositivos médicos, como el diagnóstico de “disforia de género”[6] para permitir que esa persona tenga una reasignación sexual, hasta dispositivos jurídicos y culturales que legitimen ese reconocimiento, que normaticen ese cuerpo. Entonces, los cuerpos Transgénero, ¿al deseo de quién responden? ¿Qué quieren de ellos?
Retomo entonces a Bauman, para concordar con él en cuanto a su perspectiva de libertad: ¿bendición o maldición? (2002: 23) Difícil distinguir mientras todo nos impulsa para alcanzarla como máximo beneficio, estado ideal del sujeto, el sueño… precisamente una fantasía. Zizek nos dice que “la fantasía oculta [el] horror, pero al mismo tiempo crea aquello que pretende ocultar, el punto de referencia reprimido” (1999: 15) Esa fantasía (¿o esa libertad fantaseosa?) hace que “cualquier parecido con el sujeto consigo mismo [sea] pura coincidencia” (1999: 16) Se nos dice que tenemos todo un catalogo inmenso de identidades para poder “escoger” quién ser, y sin embargo, ese ser esta absolutamente adherido a unas formas “correctas” y “útiles” de comportamientos, de prácticas políticas, culturales y sociales, que consoliden el sistema sexo – género. Esto significa que al mantenerse esta estructura, al cooptar la posible subversión que significaba las identidades Transgénero, veo/vemos con impotencia que estando “en el centro [en] el punto donde ya no es posible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. En el centro, la permutación o la transformación de los elementos (que puede ser, por otra parte, estructuras comprendidas en una estructura) está prohibida” (Derrida, 1989: 384) En ese sentido, la subversión y la resistencia fueron utopía.
Por supuesto, los cuerpos Transgénero entramos en la dinámica de “ (…) una época que soñaba con legislar para hacer de la razón una norma de la realidad, con barajar y repartir de nuevo para impulsar las conductas racionales y hacer que todo comportamiento contrario a la razón resultara demasiado costoso como para ser siquiera considerado”. (Bauman, 2002: 53) La razón bajo la cual se forman y constituyen los cuerpos, pasa por aprehender[7] cómo y qué “desear”. Un cuerpo Transgénero “deseará” ser reconocido no por la subversión que propone sino por cómo se acomoda a las exigencias jurídicas y culturales que delimitan a todos los cuerpos. Un cuerpo femenino que transita a ser un cuerpo masculino, o viceversa, cabe y es aceptable, siempre y cuando sea asimilable, cooptable, asible, determinable y enunciable por las estructuras de poder del Estado y la sociedad. Esa es la “biopolítica”. Ella busca “gobernar los cuerpos, los sexos, las prácticas sexuales, los afectos, los deseos, las identidades, los placeres corporales, la capacidad reproductiva, en otras palabras, cada una y cada uno de nosotros y nosotras está siendo producido y calculado por ella, no es posible escapar del biopoder, estamos constituidxs por él, sin embargo esto no significa que no haya nada que hacer o que sea imposible cambiar las relaciones desiguales de poder” (Ramírez Mateus, Diplomado Virtual Diversidad Sexual y de Género, 2010) Los que se espera de los cuerpos y las identidades Transgénero es que ocupe un lugar más dentro de una estructura (sistema) que se niega a cambiar, pues no tiene por qué. Al reconocernos como “ciudadanxs” nos maniata y subsume. Nos incapacita para la búsqueda de una autonomía no condicional.
Si el discurso puede cambiar, los cuerpos también…
Quiero proponer un ejercicio: Una persona está en estado de gestación, ¿qué es lo primero qué se hace con el nuevo ser? Identificarlo. Primero el sexo, luego el nombre, para diferenciarlo, pero sobre todo para darle “un lugar” en el mundo, y yo diría que dentro de la estructura social. El nombre da cuenta de todas esas categorías que maniatan aún antes de nacer: sexo – género – clase social - nacionalidad. Pero además, es el asidero jurídico que da vida a este nuevo ser a partir de la inscripción en el registro civil que da la constitución legal como ciudadanx: se le conceden derechos y sobre todo deberes. Esto como parte del derecho subjetivo; pero al retomar nuevamente la “identificación” desde la perspectiva de Rancière, a partir de la “subjetivación política” como “el acto de la igualdad – o el tratamiento de un daño- de gente que están juntas, por mucho que estén entre. Es un cruce de identidades que descansan sobre un cruce de nombres: nombres que ligan el nombre de un grupo o de una clase en nombre de lo que está fuera de cuenta, que ligan un ser a un no ser o a un ser-por-venir” (2006: 22), la posibilidad de que se abran horizontes de futuro en tanto, si nos “des-identificamos” de los nombres y las identidades que proponen las instituciones del poder, desnaturalizándolas, poniéndolas en duda, tal como ellas ponen en duda nuestro propio ser al darnos nombres que nos niegan. Es necesario crear un nuevo discurso a partir de esa desidentificación, iniciando una fractura: producir “otros” discursos a partir de un “nosotrxs”. Uno de los mecanismo de control de las instituciones modernas fue “aprender” que “del contacto con los otros es que la única ayuda que nos pueden brindar es el consejo de cómo sobrevivir en nuestra propia e irredimible soledad, y que la vida de todos está llena de peligros que deben ser enfrentados y combatidos en soledad” (Bauman, 2002: 41) Pienso igual que Rancière que la “individualización” ya nos ha carcomido lo suficiente.
Romper con los discursos del poder, desde la mirada de Rancière es posible desde esa “des-identificación”, de la búsqueda de auto-nombramientos posibles para el “nosotrxs” e imposibles para las instituciones de poder. Auto-nombrarnos, nos afirma como “yo/ nosotrxs” y niega los nombres e identidades y las posibilidades de ser “tomados” por las categorías creadas para ello. Por otro lado, auto-nombrarse, se convierte en un acto de resistencia, que por definición es “un proceso activo, creativo, productivo, transformador (…) Si leemos el poder como biopoder, entonces la vida misma deviene en posibilidad de hacerse resistencia y esto es la capacidad que tiene la vida de crear nuevas formas de vida, de producir subjetividades que transformadas actúan como transformadoras de la realidad social que conocemos” (Ramírez Mateus, 2010) La cotidianidad, como ámbito de la micropolítica juega un papel primordial en tanto, en ella se consolidan esos nuevos discursos y esas resistencias, como también ha sido el lugar de consolidación del biopoder.
En términos de Derrida, la fractura de esos discursos, necesariamente deben proponerse desde la posibilidad de “descentramiento” de lxs sujetos y de los discursos que producen esxs sujetos. Derrida era consciente de que “El acontecimiento de ruptura, la irrupción a la que aludía yo al principio, se habría producido, quizás, en que la estructuralidad de la estructura ha tenido que empezar a ser pensada, es decir repetida, y por eso decía [él] que esta irrupción era repetición, en todos los sentidos de la palabra. Desde ese momento ha tenido que pensarse la ley que regía de alguna manera el deseo del centro en la constitución de la estructura, y el proceso de la significación que disponía sus desplazamientos y sus sustituciones bajo esta ley de la presencia central; pero de una presencia central que nunca ha sido ella misma, que ya desde siempre ha estado deportada fuera de sí en su sustituto. El sustituto no sustituye a nada que de laguna amnera le haya pre-existido. A partir de ahí, indudablemente se ha tenido que empezar a pensar que no había centro, que el centro no podía pensarse en la forma de un ente-presente, que el centro no tenía lugar natural, que no era un lugar fijo sino una función, una especie de no-lugar en el que se representaban sustituciones de signos hasta el infinito. Este es entonces en que el lenguaje invade el campo problemático universal; este es entonces el momento en que, en ausencia de centro o de origen, todo se convierte en discurso – a condición de entedese acerca de esta palabra-, es decir, un sistema en el que el significado central, originario o trascendental no está nunca absolutamente presente fuera de un sistema de diferencias. La ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el juego de la significación” (1989: 385) Esta larga cita textual me permite comprender que para Derrida los centros de significado, podían ser el nicho desde el cual se podía “subvertir desde dentro” a través de discursos que se consolidaran fuera de los límites de la estructura. Y al unísono de los discursos, también otras identidades con orígenes radicados en auto-nombramientos “imposibles” para el estructura/sistema sexo – género. Des-centramiento del sujeto necesario para la consolidación de otras alternativas discursivas e identitarias.
A lo largo de este documento he nombrado los puntos de análisis en los que me he recogido en la propuesta de Bauman, apropiandome de su discurso para trasladarlo al campo de mi experiencia y práctica política. Desde allí he criticado la absorción y cooptación de los cuerpos e identidades Transgénero, poniendolo a dialogar y complementar las propuestas y conceptos de otros autores. Pero es a partir de este momento en que hago un mayor énfasis en tal vez, la única puerta abierta que deja este autor para resistir, transformar y continuar con las críticas a las fallidas propuestas de la Modernidad, y es su visión acerca de la Teoría Crítica. Como él mismo lo propone “(…) El principal objetivo de la teoría crítica era defender la autonomía humana, la libertad de elección y autoafirmación y el derecho a ser y seguir siendo diferente” (2002: 31) Para el autor, en medio de una sociedad con tendencias totalitarias, la Teoría Crítica creía en “el despegue de la libertad individual de las férreas garras de la rutina y la liberación del individuo de la cárcel de acero de una sociedad enferma de insaciables apetitos totalitarios, uniformadores y homogenizantes” (2002: 32), y apuntaba a ese objetivo, que a la hora de la verdad no pudo llevarse a cabo: no tuvo un final feliz. Pero retomarla, puede ser la clave para deconstruir, descentrar y transformar.
¿Eso que tiene que ver con los discursos y prácticas Transgénero? Si las posibilidades de estas identidades se reducían a la lógica impuesta por el marco de una estructura/sistema sexo – género, que imponía cuerpos y nombres e identidades para esos cuerpos, la posibilidad de subvertir quedaba anulada y más bien se convertía en la reafirmación y consolidación de esa estructura/sistema, invisibilizando otras posibilidades de autonomía y construcciones corporales, ahora sí “no normativas”. La importancia de descentrar y deconstruir a partir del cuerpo Transgénero, categoría que ahora mismo creo debe enunciarse de otra manera o en su defecto, se resignifique lo Trans, como esa constante movilidad y discontinuidad entre el sexo y el género, sobre todo cuando los campos de sentido se han abierto a través de la cotidianidad que nos muestra por ejemplo al “hombre embarazadx” o los “cuerpos del medio”, categorías que sólo enuncian las vivencias de cuerpos que no buscan llegar a “algún lado o polo”, sino que precisamente oscilan, combinan, inventan posibilidades de ser precisamente “innombrables”.
Desde mi experiencia, creo que es importante retomar el principio analítico de la “dialéctica negativa” para poder definir identidades que están en construcción. Abogo por este principio en tanto puedo encontrar en ella la forma con la que identidades y cuerpos como el mío se expliquen y se manifiesten en el ámbito político y cotidiano. Acudo a Esther Baraona, para explicar en qué consiste el cruce entre dialéctica y las identidades de género “no normativas. Ella analiza a Adorno diciendo que “(…) La dialéctica de Hegel postulaba la identidad entre espíritu y naturaleza, entre razón y realidad, justificando, por tanto, la sociedad y la historia como un proceso absolutamente racional, ajustado a la razón. Adorno, debido a la influencia del materialismo marxista, rechaza la dialéctica del idealismo, no aceptando esa identificación ni su consiguiente justificación del “statu quo”. Para él la realidad no sólo no es racional, sino que habría llegado a alcanzar un estado de irracionalidad cualitativamente nuevo. Ello, no obstante, no le llevará a proclamar un abandono de la racionalidad, sino a establecer una nueva noción de razón, una razón crítica que le sirviese para fundamentar filosóficamente su rechazo de la sociedad dada. Pues bien, esta razón crítica se va a ejercitar, precisamente, en lo que Adorno denomina una “dialéctica negativa”: dialéctica, en tanto que parte del reconocimiento del carácter contradictorio de la razón humana; negativa, porque se presenta como crítica y negación de la positividad dada. Ante todo, dialéctica negativa significa para Adorno la no afirmación de la identidad entre razón y realidad, entre sujeto y objeto, entre éste y su concepto. Afirmar la identidad equivale a anular las diferencias, reducir la multiplicidad a la unidad, lo dado particular y concreto al pensamiento, para así poder dominarlo” (Baraona Arriaza, 2006: 3) Negar es entonces una posibilidad de resistencia. Negar los géneros impuestos, “masculino” y “femenino”, da la posibilidad de que en una nueva noción de razón, quepan otras dinámicas y discursos antes rechazados por la lógica y razón modernas.
Negar en mi cuerpo las identidades impuestas, como mujer – femenina y hombre – masculino, ha desatado la búsqueda y mi caminar por lugares limítrofes, no – lugares, no definiciones y no categorizaciones corporales que me imposibilitan como unx sujetx de explicación obvia. Me considero un “sujeto en fuga” (Ramírez Mateus, Diplomado Virtual Diversidad Sexual y de Género, 2010) , desestructurante y desarmador discursivo, que cuestiona la necesidad de ubicación en algún polo para que mi existencia sea pensable, asumible y realizable. Descentrar mi cuerpo del origen o centro de la estructura/sistema sexo – género heteronormativo, plantea en mi cotidianidad y en la de las personas que me rodean, la oportunidad de descentrarse y pensarse en términos diferentes a lo “normal”.
El valor de la dialéctica negativa, como un principio determinante en la construcción y creación de identidades resistentes y en fuga de la estructura/ sistema sexo – género, es transversal a la idea de que es necesario reconsiderar la praxis cotidiana no como simple acción, sino como “la unión indisoluble de teoría y práctica en el proceso de transformación de la realidad (…) Ahora se trata de criticar el concepto de racionalidad vigente, pues éste ha llevado a una situación deshumanizada. Sólo mediante una nueva interpretación de la teoría será posible esa ansiada transformación de la praxis, si es que todavía se puede hablar en términos de transformación” (Baraona Arriaza, 2006: 4) Se trata de que en la praxis cotidiana se TRANS-forme, se TRANS-greda, se TRANSITE, se TRANS-pase, se TRANS-versalice al ser humano y su humanidad, para que este se parezca cada día más a sí mismx y no a lo que desean, esperan y quieren los demás.
Bibliografía
Appiah, K. A. (2007). La ética de la identidad. Buenos Aires: Katz Editores.
Baraona Arriaza, E. (2006). Categorías y modelos en la Dialéctica Negativa de Theodoro W. Adorno: critica al pensamiento idéntico. Logos. Anales del Seminario de Metafísica, (págs. Volúmen 39: 203 - 233).
Bauman, Z. (2002). La Modernidad líquida. Buenos Aíres: Fondo de Cultura Económica.
Derrida, J. (1989). La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos.
Foucault, M. (2002). El orden dle discurso. Barcelona: Tusquets Editores.
Ramírez Mateus, A. L. (28 de Agosto de 2010). Diplomado Virtual Diversidad Sexual y de Género. Bogotá, Cundinamarca, Colombia.
Ramírez Mateus, A. L. (2007). Memorias de "niñas raras". En M. T. Garzón Martínez, & N. C. Mensoza Romero, Mundos en disputa. Intervenciones en Estudios Culturales (págs. 87 - 110). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
Rancière, J. (2006). Política, policía, democracia. Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Zizek, S. (1999). El acoso de la fantasía. México D. F.: Siglo XXI editores.
[1] Desde mi práctica política entiendo la identidad Transgénero, como la constante movilidad entre uno y otro género, sin la necesaria y cuasi obvia inscripción en alguno de los géneros impuestos (masculino o femenino). Esta movilidad puede estar dada por intervenciones corporales quirúrgicas (mastectomía, histerectomía, mamoplastia, hormonización, etc.) estéticas (maquillaje, trasvestismo, utilización de vendajes para el ocultamiento del pene o los senos, utilización de prótesis, etc.), jurídicas (cambio del nombre y el sexo legal) o la combinación de todas estas posibilidades en la búsqueda de una no-categorización o encasillamiento esencialista de correspondencia entre “lo biológico” y “lo cultural” o entre sexo y género.
Sin embargo, la “categoría” Transgénero” en general, da cuenta de “(…) distintas identidades y prácticas que transgreden el sistema sexo-género tales como: travestis, transexuales, transformistas, personas andróginas y transgénero (…) Transexual es aquella persona cuya identidad de género es diferente a sus sexo biológico. Las personas transexuales modifican sus cuerpos mediante el uso de hormonas o cirugía para que su sexo coincida con su identidad de género. Es importante diferencia entre transexualidad y el trasvestismo como dos vivencias distintas del tránsito por el género, una persona travesti (término utilizado en Colombia para identificar a las personas transgénero, término que utiliza acá en Ecuador) aunque asume una apropiación de las características genéricas del sexo “opuesto” sobre su propio cuerpo a través de las prendas de vestir e intervenciones quirúrgicas para lograr la apariencia masculina o femenina – según sea el caso-, no experimenta la necesidad, ni el anhelo de realizarse una cirugía de reasignación sexual. (Ramírez Mateus, 2007: 90) El apartado sin subrayar es mío.
[2] Para efectos del presente documento utilizaré la “x” para referirme a las personas con una identidad de género y orientación sexual diversa, respetando las actuales discusiones sobre como nombrar el género, ahora bien que hay personas que proponen su lugar de enunciación desde un género no determinado por lo masculino o lo femenino, sino que se plantan en la indefinición, como lugar político de resistencia. Acá la “x” es un espacio neutro en cuánto al género.
[3] Al decir “lugar de enunciación”, visibilizo la acción con la que se inicia toda identificación y construcción de una identidad Transgénero: decir “yo soy… (hombre, mujer, Intersex, transfemenina, transmasculinx, hembro, macha… y un largo etc.)
[4] Derrida propone que la “(…) estructura, o más bien la estructuralidad de la estructura, aunque siempre haya estado funcionando, se ha encontrado siempre neutralizada, reducida: mediante un gesto consistente en darle un centro, en referirla a un punto de presencia, a un origen fijo. Este centro tenía como función no sólo la de orientar y equilibrar, organizar la estructura –efectivamente, no se puede pensar una estructura desorganizada- sino, sobre todo, la de hacer que el principio de organización de la estructura limitase lo que podríamos llamar el juego de la estructura. Indudablemente el centro de una estructura, al orientar y organizar la coherencia del sistema, permite el juego de los elementos en el interior de la forma total” (Derrida, 1989: 383-384)
[5] La desconstrucción es una forma de análisis textual aplicada no sólo a la literatura y la filosofía, sino también a la historia, la antropología, el psicoanálisis, la lingüística y la teología. Su definición resulta difícil (…)Esta noción supone una deliberada contradicción en los términos, puesto que la lógica se define como aquello que no contraviene las ‘leyes’ del pensamiento, mientras que la paradoja es explícitamente autocontradictoria y contraria a la razón (…) Sin embargo, la esencia de la estrategia desconstructiva es la demostración de la autocontradicción textual. Difiere de la técnica filosófica establecida para detectar los errores lógicos en la argumentación de un oponente en que las contradicciones puestas de manifiesto revelan una incompatibilidad subyacente entre lo que el escritor cree argumentar y lo que el texto dice realmente. Este divorcio entre la intención del autor y el significado del texto es la clave de la desconstrucción. Tomado de Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993-2008 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
Cuando hablamos de la deconstrucción corporal y la deconstrucción del género, nos referimos a las prácticas que ponen en entre dicho la “naturalización” y correspondencia hembra-femenino y macho-masculino en el binomio sexo/género a partir de actos de resistencia como las intervenciones corporales, estéticas, de enunciación y autodefinición, que buscan trastocar las imposiciones sociales, culturales, religiosas y jurídicas sobre la identidad sexual y de género.
[6] Término médico con el cual se describe la patología por la cual se determina que una persona tiene una incongruencia entre su sexo biológico y su sexo mental. Es el diagnóstico con el cual las personas Transexuales pueden iniciar las intervenciones hormonales y quirúrgicas “necesarias” para “normalizarse”. Esta patología se encuentra en el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales”. Actualmente, a nivel mundial se lleva a cabo la campaña “Stop Transpatologización: 2012”, que busca que la disforia de género sea eliminada de este manual y deje de catalogarse como una patología la transexualidad.
[7] Utilizo el concepto aprehender, y no aprender, partiendo del sentido primero que éste tiene: aprensión “yo tomó para sí, algo”, en este caso, las discusiones y reflexiones para este ensayo, que profundizan lo visto en clase. Aprender, frente al aprehendizaje, es más mecánico y autómata. Lo que se aprehende queda para la vida y para la práctica profesional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario