ELEMENTOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA PARA EL ANÁLISIS DE LAS LUCHAS CAMPESINAS EN EL SUR DE SANTANDER

Julio Mario Palacios Urueta


I. PRESENTACIÓN. UNA HISTORIA DE LUCHAS.
En 1.781, en el municipio del Socorro, en la región de las provincias del sur del departamento de Santander en Colombia, una mujer llamada Manuela Beltrán, en plena plaza pública, rompe un edicto emitido por el gobierno local donde se promulgaba la obligación de nuevos tributos y lanza el grito de ¡Muera el mal gobierno! dando inició a la que se conocería como la Insurrección de los Comuneros, considerada por muchos el momento decisivo de la independencia de Colombia frente a la corona española.


Casi dos siglos después, en 1.960, el movimiento campesino de las provincias del sur de Santander decide retomar las banderas de la gesta comunera y avanzar en la construcción de un modelo de desarrollo propio para la región. A partir de una serie congresos campesinos, promovidos inicialmente por el secretariado de pastoral social de la diócesis de la región, caracterizada por una fuerte tendencia hacia la teología de la liberación y la opción por los pobres, las organizaciones campesinas de la región deciden emprender la construcción de un modelo de desarrollo propio a nivel social, económico, político y cultural para sus comunidades. Para jalonar el proceso en el nivel económico deciden crear una cooperativa campesina que llamaron Coopcentral, y para el proceso social, político y cultural, conformaron la Asociación de Organizaciones Campesinas y Populares de Colombia –EL COMÚN-. Hoy en día, Coopcentral es una entidad de segundo nivel, que respalda más de 40 cooperativas en la región y cuenta con diferentes sedes en el resto del país; y El Común, articula más de 20 organizaciones campesinas de diferente tipo que abarcan las provincias Comunera, Guanentina y García Rovira.
Desde el año 2.009, como preparación para la realización del X Congreso Campesino, El Común decide emprender la reconstrucción de la memoria histórica de las luchas campesinas en la región a partir de los años 60 del siglo XX. Desde ese momento emprendimos, desde la perspectiva de la Investigación Acción Participativa, un proceso de construcción y realización colectiva del proceso investigativo, que contó con talleres participativos, entrevistas, grupos focales, revisiones de archivo y de prensa, a partir de los cuales, recogimos gran parte de la historia de estas luchas.
Este proceso investigativo, que concluye con la publicación, en diciembre de 2.010 del libro El Común: Una historia, un camino, se desarrolló en el terreno de la descripción de las historias de las luchas campesinas en la región entre el periodo de 1.960 hasta el año 2.009. Aunque es una investigación muy rica en narraciones, testimonios e información de archivo, el análisis y la interpretación de la información allí contenida son bastante pobres, aunque no puede considerarse una falencia del proceso investigativo que se realizó, pues sus objetivos eran precisamente, recoger esas historias aprovechando que gran parte de sus protagonistas se encontraban aún con vida. Una de las conclusiones de ese primer momento de investigación fue precisamente, que era necesario emprender un nuevo proceso investigativo que permitiera interpretar y comprender más profundamente esas historias. En ese camino, mi propósito es el de construir una propuesta metodológica desde una perspectiva antropológica que permita el análisis y la comprensión crítica de las luchas campesinas en el sur de Santander durante la segunda mitad del siglo XX. Con el fin de avanzar en este sentido, a lo largo de las siguientes páginas intentaré brindar algunos elementos fundamentales para la construcción de un marco conceptual y teórico para el análisis antropológico de las luchas campesinas a las que venimos haciendo referencia.
II. ¿QUÉ ES UNA PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA PARA EL ANÁLISIS DE LAS LUCHAS CAMPESINAS?
Los estudios de la lucha campesina en el contexto de estrategias como el desarrollo rural se han centrado generalmente en la política de tenencia de la tierra y en las rebeliones abiertas para tomar o recobrar tierras. A pesar de la importancia decisiva de este aspecto, debe tenerse en cuenta que la resistencia campesina refleja algo más que la lucha por la tierra y las condiciones de vida; se trata, sobre todo, de una lucha por los símbolos y los significados, de una lucha cultural (Escobar, A. 1.998, p:318)
Con estas palabras, Arturo Escobar enmarca claramente el tema de las luchas campesinas como objeto de estudio de la antropología, entendida como ciencia de la cultura. Ya desde 1.972, con la publicación de Las luchas campesinas del siglo XX, Eric Wolf inicia un largo camino de indagaciones antropológicas sobre este tema, pero para cualquier lector que no provenga de esta tradición académica, rápidamente surgirá la pregunta que el mismo Wolf se plantearía el inicio de su obra, “¿Por qué asume un antropólogo la tarea de escribir sobre este tema?¿ En que puede contribuir como antropólogo a la comprensión de un tema que ya es familiar para los economistas, sociólogos y estudiosos de la ciencia política?” (Wolf, E, 1.999, p:4). La respuesta a estas preguntas constituirá el marco en el que se deberá construir una propuesta teórica y metodológica para el análisis e interpretación antropológica de las luchas campesinas.
Wolf, caracteriza la mirada del antropólogo en el estudio de las luchas campesinas por cuatro aspectos fundamentales:
1) el antropólogo “se interesará (…) en aclarar, tan precisamente como le sea posible, de qué tipo de campesinos se trata cuando se habla de la participación campesina en un levantamiento político” (Wolf, E, 1.999, p:5); 2) “(…) enfocará el problema con una preocupación microsociológica, nacida de la comprensión obtenida sobre el terreno de aquellos problemas ideológicos trascendentales que sólo aparecen de manera muy prosaica en las aldeas. (…) sabiendo que la movilización de la “vanguardia” campesina es menos el resultado de circunstancias nacionales que de características locales” (Wolf, E, 1.999, p:6); 3) “(…) toma en cuenta la importancia de los grupos que median entre el campesino y el resto de la sociedad de la cual forma parte” (Wolf, E, 1.999, p:7); y 4) “(…) tendrá que preguntarse en qué medida la acción de los campesinos en una rebelión y en una revolución está provocada por esquemas tradicionales y en qué medida una revolución campesina produce no sólo la caída de quienes ostentan el poder político sino además el abandono de los antiguos esquemas del propio campesinado” (Wolf, E, 1.999, p:9).
Además de estos cuatro aspectos, según Wolf, la construcción de una perspectiva antropológica para la interpretación de las luchas campesinas debería partir del entendido que la antropología no puede dedicarse simplemente a “reproducir los estudios a nivel de poblados o concentrarse exclusivamente en las relaciones internas de estas comunidades” (Wolf, E. en Roseberry, W. 2.000, p:67), debemos considerarlas como parte de sociedades complejas y para esto, analizar las comunidades como “terminales complejas de una red de relaciones de grupo que se extiende a través de niveles intermedios desde el nivel de la comunidad hasta el de la nación.” (Ibíd. p:67)
III. CONCEPTOS FUNDAMENTALES. CULTURA, CAMPESINO Y PODER.
3.1. Concepto de cultura.
Teniendo en cuenta que las luchas campesinas son, en tanto lucha por los símbolos y los significados, luchas culturales (Escobar, A. 1.998), es importante que la construcción de una perspectiva antropológica para la interpretación de las luchas campesinas comience por definir claramente lo que entenderá por cultura. Los desarrollos en el campo de las definiciones de la cultura dentro de las diferentes corrientes del pensamiento antropológico han sido muy diversos, desde que en 1.871, Edward B. Tylor, planteará el que se conoce como el primer concepto antropológico de cultura, asimilable según él, al concepto de civilización y que en sus palabras, “(…) es ese complejo total que incluye conocimiento, creencia, arte, moral, ley, costumbre y otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad” (Tylor, E. 2007. p.64). Aunque este planteamiento es lo suficientemente amplio como para enmarcar no sólo las luchas campesinas sino en general cualquier acción de los seres humanos dentro de los dominios de la cultura, su misma amplitud no nos permite construir estrategias concretas para su comprensión, que vayan más allá de entenderlas como un momento más en la evolución de una cultura que ya tiene su camino trazado.
Ya entrados en el siglo XX se construyeron definiciones más específicas de la cultura, como la de Malinowski, quien la entendería como “él microcosmos tribal concebido como un todo indiviso que funciona (…) y comprende los artefactos heredados, los bienes, los procesos técnicos, las ideas, los hábitos y los valores” (Richards, A. 1.999, p:20). Aunque en su definición Malinowski incluye la organización social, que para él no podía ser entendida realmente, excepto como una parte de la cultura (...)” (Ibíd.p:20), el carácter funcionalista de esta definición, es decir, su percepción de que la cultura tiende al funcionamiento del sistema, aplicada al análisis de las luchas campesinas, nos llevaría a interpretarlas como una anomalía o una desviación del sistema mismo.
Otro aspecto de la comprensión funcionalista de la cultura expresada por Malinowski que dificultaría el análisis de las luchas campesinas, es su planteamiento de “(…) que el hombre tiene que obedecer las reglas de la conducta: la vida en común, que es esencial en la cooperación, que conlleva el sacrificio y el esfuerzo común, y la distribución de los resultados de acuerdo con los cánones tradicionales. (…) La cooperación implica liderazgo, autoridad y jerarquía (…)” (Malonowski, B. 1.939: p.291). Esta comprensión de la autoridad y la jerarquía como algo dado por la cultura, a lo que el individuo simplemente debe obedecer, puede llevarnos a interpretar las relaciones de dominación en términos de tradiciones culturales, y la negación del individuo a someterse a ellas, nuevamente como una desviación del sujeto que obstaculiza el buen funcionamiento del sistema.
3.1.1. Cultura, poder y transformación.
Además de una definición más específica de la cultura, era necesaria una que fuese capaz de incluir tanto las relaciones de poder en la que se encuentran inmersos los individuos como las culturas y las sociedades, como sus posibilidades, deseos y capacidades de transformación, no como una anomalía sino como una condición propia de los seres humanos y sus culturas. Sólo así las luchas campesinas y en general las luchas sociales lograrían ganarse un lugar propio en la teoría antropológica. Así pues, fue Eric Wolf, con un concepto de cultura que involucra tanto las relaciones de poder como la capacidad de transformación del mundo con que contamos los seres humanos, quién inauguró, como anteriormente mencionábamos, el largo camino recorrido por la antropología en este campo de estudios.
Su definición de la cultura constituye un punto de partida sumamente fértil para la construcción de una perspectiva antropológica como la que aquí venimos planteando; según él:
La gente actúa materialmente sobre el mundo y genera cambios en él; a su vez, estos cambios afectan su capacidad para actuar en el futuro. Al mismo tiempo, crean y usan signos que orientan sus acciones en el mundo y entre sí. En este proceso, despliegan mano de obra e interpretaciones y lidian con el poder que dirige esa mano de obra y forma esas interpretaciones. Luego, cuando la acción cambia, tanto el mundo como las relaciones de las personas entre sí, éstas deben reevaluar las relaciones de poder y las proposiciones que sus signos han hecho posibles. Tales actividades pueden separarse analíticamente; pero al actuar en la vida real, la gente introduce y activa cuerpos y mentes desde su posición como persona completa. Si queremos entender cómo los humanos buscan la estabilidad o se organizan para lidiar con el cambio, necesitamos un concepto que nos permita captar el flujo social, modelado de acuerdo con ciertos patrones, en sus múltiples dimensiones interdependientes y evaluar cómo el poder que depende de las ideas dirige estos flujos a lo largo del tiempo. Semejante concepto es la cultura. (Wolf, E. 2.001a: p.369)

3.2. Concepto de campesino.
Habiendo definido lo que entendemos por cultura, será necesario pasar a definir lo que entendemos por campesino. Al igual que con el concepto de cultura, el análisis de las luchas campesinas necesita de un concepto de campesino que sea lo suficientemente amplio y específico a la vez, de manera tal que permita delimitar los grupos sociales en los que centraremos la mirada, evitando caer en un doble riesgo, ya sea incluir un sector poblacional demasiado amplio que dificulte el análisis y la comprensión de los sucesos, incluyendo en una misma categoría a actores distintos que posiblemente tan sólo compartan un territorio común; o reducir demasiado la perspectiva, dejando fuera foco a personas, grupos o instituciones que pudieron haber jugado un papel protagónico en los procesos que estudiamos.
3.2.1. El campesino conservador e irracional de Escobar
Definiciones como las de Arturo Escobar, quien concibe al campesino como un sujeto poco racional, que innova por medio del ensayo y error y que está fuertemente aferrado a sus tradiciones, podrían limitar nuestra posibilidad para comprender las motivaciones de las luchas campesinas. En sus palabras:
Los campesinos, (…) sólo llevan cuentas de las actividades que están monetizadas por completo. Siempre innovan y ajustan sus prácticas mediante ensayo y error, de manera más relacionada con el arte que con la racionalidad a pesar de que la transformación de la economía campesina en economía de mercado tiene lugar constantemente, obligada por la economía de adquisición. Aunque para los campesinos la ganancia se convierte poco a poco en una categoría cultural, el ahorro y la frugalidad continúan siendo valores fundamentales. La economía doméstica no es impulsada por la adquisición sino por las actividades materiales cuyo principio fundamental es “cuidar la base”, dentro de la cual están incluidos no sólo los recursos naturales y los objetos materiales, sino también las formas de actuar, la gente, los hábitos y el hábitat conocidos culturalmente (Escobar, A. 1.998, p:320)
Esta definición, además de ser poco consecuente con la perspectiva cultural que hemos asumido, según la cual los seres humanos, sus culturas y sociedades no sólo son capaces de realizar procesos de transformación del mundo, sino que tienden constantemente hacia dicho cambio, dificultaría la comprensión de las luchas campesinas en tanto excluiría las posibles motivaciones tendientes a la transformación racional hacia formas más eficientes y eficaces de organización económica, como es el caso del movimiento campesino en el sur de Santander, donde aun en contra de una tradición individualista, los campesinos se proponen realizar una transformación cultural que permita consolidar un sistema de economía solidaria para la región.
3.2.1. Pueblos primitivos, campesinos y granjeros según Wolf
En consonancia con la perspectiva cultural que hemos asumido, partiremos también de los planteamientos expresados por Eric Wolf en su análisis sobre Las luchas campesinas del siglo XX, según el cual, “(…) es costumbre diferenciar a los campesinos de los pueblos primitivos, distinguiendo las poblaciones rurales que están sujetas a los dictados de un Estado supersistematizado (…) de los habitantes rurales que viven fuera de los límites de tal estructura política. Los primeros son campesinos, los segundos no” (Wolf, E, 1.999, p:9). El problema, al igual que con las definiciones iniciales de la cultura, es que esta categorización es demasiado amplia e incluiría, además de los agricultores, “a los artesanos, pescadores o comerciantes itinerantes que abastecen mercados rurales. (…) también a personas que poseen y trabajan sus granjas, a arrendatarios y aparceros y a trabajadores sin tierras”(Ibíd, p:9), y aunque todos estos actores compartan de cierta forma lo que Roseberry llamaría un mismo campo social (2.000), no todos “son semejantes en sus relaciones económicas sociales o políticas, o en sus puntos de vista acerca del mundo en que viven (…)” (Wolf, E, 1.999, p:9) y por lo tanto, agruparlos en una misma categoría nos llevaría a incurrir en errores interpretativos acerca del papel desempeñado por cada uno de ellos en la historia de las luchas campesinas que nos disponemos a estudiar.
Para evitar caer en este tipo de errores a los que nos llevan las generalizaciones y categorizaciones sumamente amplias, Wolf define a los campesinos como:
(…) la población que, para su existencia, se ocupa en el cultivo y toma decisiones autónomas para su realización. Así, la categoría comprendería tanto a los arrendatarios y aparceros como a los propietarios-trabajadores, en tanto que estén en una posición de tomar decisiones importantes en la forma de cultivar sus cosechas. Sin embargo, no incluye a pescadores o trabajadores sin tierra. (Wolf, E, 1.999, p:10)
Esta concepción del campesino, tiene sus raíces en el concepto marxista del pequeño campesino, que Engels explicaría en su artículo sobre El problema campesino en Francia y Alemania (1.974) de la siguiente forma:
(…) el propietario o arrendatario —principalmente el primero— de un pedazo de tierra no mayor del que pueda cultivar, por regla general, con su propia familia, ni menor del que pueda sustentar a ésta. Este pequeño campesino es, por tanto, como el pequeño artesano, un obrero que se distingue del proletario moderno por el hecho de hallarse todavía en posesión de sus medios de trabajo (…). De su antepasado, el campesino siervo, vasallo o, muy excepcionalmente, del campesino libre sujeto a tributos y prestaciones, le distinguen tres circunstancias. La primera es que la revolución francesa lo ha liberado de las cargas y tributos feudales que adeudaba al dueño de la tierra, entregándole en la mayoría de los casos, por lo menos en la orilla izquierda del Rin, la libre propiedad de la tierra que cultiva. La segunda es que ha perdido la protección de la comunidad autónoma de la que era miembro y ha dejado de formar parte de ella, con lo cual perdió también su participación en el usufructo de los bienes de esta antigua comunidad.(…) La tercera circunstancia que distingue al campesino actual es la pérdida de la mitad de su actividad productiva anterior. Antes, el campesino, con su familia, producía de la materia prima de su propia cosecha la mayor parte de los productos industriales que necesitaba; los demás artículos necesarios se los suministraban otros vecinos del pueblo que explotaban un oficio al mismo tiempo que la agricultura y a quienes se pagaba generalmente en artículos de cambio o en servicios recíprocos (…). Era casi una economía natural pura, en la que apenas se sentía la necesidad del dinero. La producción capitalista puso fin a esto mediante la economía monetaria y la gran industria. (…) En una palabra, nuestro pequeño campesino, como todo lo que es vestigio de un modo de producción caduco, está condenado irremisiblemente a perecer. El pequeño labrador es un futuro proletario. (Engels, F. 1.974, p:485)
Aunque esta definición abre caminos muy interesantes de interpretación de las luchas campesinas, pues permitiría interpretarlas como una reivindicación por el derecho a volver a ser campesinos, o dicho en otras palabras, como una resistencia por no convertirse en granjero o en un siervo, es muy problemática frente a la permanencia en la región de sistemas como la hacienda, o los procesos de proletarización del campesinado o el control militar y paramilitar que han dejado a amplios sectores de la población sin mayor capacidad de decisión autónoma sobras sus cultivos.
El campesino pobre o el trabajador sin tierra que depende de un terrateniente para la mayor parte de sus medios de subsistencia no tiene poder táctico: está totalmente dentro del dominio del poder de su patrono, sin suficientes recursos que le pudieran servir como instrumentos en la lucha por el poder. Los campesinos pobres y los trabajadores sin tierra, por lo tanto, probablemente no seguirán el camino de la rebelión, a menos que puedan depender de algún poder exterior para desafiar al poder que los restringe. (Wolf, E, 1.999, p:394)

Lo que pareciera no tener en cuenta Wolf en esta afirmación, es que la pérdida de autonomía en la toma de decisiones que podría implicar a primera vista un sistema como la hacienda, que convertiría al campesino en un siervo, puede verse sopesada por el poder táctico que le otorga la organización social, muy fuerte en zonas como el sur de Santander, donde hace mas de 40 años se llegaron a crear un “Sindicato de Aparceros” (que aun existe) y uno de “Patronos” (se desintegró en menos de dos años).
Hubo casos por ejemplo, en los que el sindicato de aparceros logró impedir, por medio de estrategias y acciones solidarias, que los patronos sacaran a las familias campesinas de sus tierras; aun así el poder del hacendado era tan grande, que podía incluso abrogarse el derecho de mantener relaciones sexuales con las hijas de los aparceros (derecho a pernada) y si así lo deseaba, hacerla su esposa. El análisis sobre la autonomía en la toma de decisiones del campesino no puede limitarse al ámbito del cultivo y la cosecha, debe ampliarse a las diferentes esferas de la vida. A muchos se les obliga a sembrar caña de azúcar, palma de aceite o coca, pero según afirman los mismos campesinos, siguen dedicándose a aquello que constituye su esencia, la labranza de la tierra. Pero también ellos afirman que hay quienes se han olvidado de cómo ser campesino, después de dedicarse por más de 10 años al cultivo y al comercio de la coca, ya no saben ni sembrar una yuca. (Verano, Julio. Entrevista personal. Agosto de 2009) Es decir, que la perdida de la autonomía sobre sus cultivos, según los campesinos de la región, no les hace perder su carácter de sujetos campesinos, pero su contacto con la tierra, por más que siga constituyendo su forma de ganarse la vida, tampoco garantiza que lo sigan siendo.
Continuando con su definición, y diferenciando al campesino del granjero, Wolf  plantea que
El objetivo principal del campesino es la subsistencia y el estatus social que se obtiene dentro de un pequeño campo de relaciones sociales. (…) los campesinos se diferencian de los granjeros que participan plenamente en el mercado y en el juego del status establecido dentro de un amplio sistema social. Para asegurar su continuidad sobre la tierra y la subsistencia para su hogar, con frecuencia el campesino debe evitar el mercado, porque una participación sin límites en éste amenazaría su dominio sobre su fuente de vida. Por lo tanto, se aferra a los arreglos tradicionales que le garantizan su acceso a la tierra y al trabajo de sus parientes y vecinos. Además, sólo le atrae una producción para la venta dentro del marco de una producción asegurada para la subsistencia. Dicho de otra forma, el campesino opera en un mercado restringido de factores y productos. Los factores de la producción -tierra, mano de obra y equipo- se hallan relativamente inmovilizados por vínculos y expectaciones previos; los productos se venden en el mercado para producir un margen extra de entradas con las cuales se compran bienes que no se producen domésticamente. En contraste, el granjero entra plenamente en el mercado, somete su tierra y mano de obra a la competencia abierta, experimenta usos alternos para los factores de producción en la búsqueda de máximas ganancias, y favorece al producto más lucrativo sobre el que implica un riesgo más pequeño. (Wolf, E, 1.999, p:10)
Aunque el concepto de campesino de Wolf presenta algunos inconvenientes para el análisis de la realidad Colombiana, e incluso en gran medida comparte con Escobar la visión conservadora del campesino, su inclusión de las categorías de pueblos primitivos y granjeros abre posibilidades interesantes para el análisis. Podría no limitarse el análisis a las luchas campesinas, pues tal vez no puedan ser definidas como tales, ampliándolo a luchas de los sectores rurales en el sur de Santander y pasar a clasificar esos sectores rurales en tres categorías construidas a partir de los conceptos de campesinos, granjeros y pueblos primitivos, adecuando este último para evitar el sesgo evolucionista que puede llegar a implicar el uso de la categoría “primitivos”, podría considerarse la posibilidad de sustituirse por la categoría de siervo, que puede llegar a ser más apropiada para describir al aparcero que el concepto de campesino. En términos de Marx y Engels,
El siervo posee en propiedad y usufructo un instrumento de producción y una porción de tierra, a cambio de lo cual entrega una parte de su producto o cumple ciertos trabajos. El proletario trabaja con instrumentos de producción pertenecientes a otra persona, por cuenta de esta, a cambio de una parte del producto. El siervo da, al proletario le dan. El siervo tiene la existencia asegurada, el proletario no. El siervo está fuera de competencia, el proletario se halla sujeto a ella. El siervo se libera ya refugiándose en la ciudad y haciéndose artesano, ya dando a su amo dinero en lugar de trabajo o productos a su señor, transformándose en libre arrendatario, ya expulsando a su señor feudal y haciéndose el mismo propietario. Dicho en breves palabras, se libera entrando de una manera u otra en la clase poseedora y en la esfera de la competencia, la propiedad privada y todas las diferencias de clase. (Marx y Engels, p:73)
Aunque en el caso de las provincias del sur de Santander la dependencia de los aparceros respecto al hacendado no era igual a la del siervo descrito por Marx y Engels, pues el aparcero santandereano no tiene la existencia asegurada ni se encuentra fuera de competencia, las similitudes en la relación contractual entre el aparcero y el hacendado descrita por los campesinos de Santander, y la relación existente entre el siervo y el dueño de la hacienda descrita por Wolf, guardan muchas similitudes, pues según él:
Por lo general, al trabajador se le daba acceso a una porción de la tierra de la hacienda, a cambio de los servicios convenidos y de la entrega de las cosechas al dueño. El dueño se reservaba el casco de la hacienda (el centro), con la maquinaria de procesamiento, el abasto estratégico de agua y la tierra más propia para cosechar el mejor producto; dejaba a sus inquilinos-trabajadores las tierras más pobres y alejadas de su propiedad. De este modo la hacienda llegó  a ser una entidad basada en una estructura doble de cultivo de productos comerciales y de servidumbre real por parte del propietario y el cultivo comercial por siervos-inquilinos. (Wolf, E. 2.005, p:179)
Las relaciones de producción entre las poblaciones rurales de las provincias del sur de Santander las últimas décadas el siglo XX, estuvieron marcadas en gran medida por el sistema conocido como la hacienda o aparcería, descrita por un activista del movimiento campesino de la región de la siguiente  forma:
Yo arriendo una finca de 10 hectáreas por ejemplo, y le dicen vale cinco millones de pesos el año, eso es arriendo, mientras que esta es en aparcería, le dan un trozo de terreno, dos hectáreas, tres, media, lo que sea, y se pacta es a las partes, si se siembra caña en la zona, es a la cuarta, de cada 100 cargas de panela que saque el agricultor, él la beneficia, la entrega cortada y luego el dueño del trapiche, que es el dueño de la hacienda, la recoge en bestias, la muele, entrega la panela, pero las 100 cargas 75 le corresponden al dueño de la hacienda y sólo 25 al que benefició esa caña durante año y medio o dos años. El aparcero asume todos los costos de rocería, preparación de terreno, siembra, traslado de la semilla. (Chacon, P. Entrevista personal. Noviembre de 2009)
De esta forma, las categorías de siervo, campesino y granjero, como desagregación de lo que podríamos llamar la población rural del sur de Santander, permitirían incluir en el análisis, de manera diferenciada, tanto a los campesinos sin tierra, los artesanos, los aparceros y los campesinos libres, que en muchos casos, se encontraban en camino a convertirse en empresarios capitalistas, asimilables por su sector productivo al concepto de granjero.
3.3. El concepto de poder.
Uno de los principales aportes de Wolf a la teoría antropológica, fue el haber incluido en ella una perspectiva del poder, que según él, ocurre de cuatro diferentes formas:
One is power as the attribute of the person, as potency or capability, the basic Nietzschean idea of power (…). The second kind of power can be understood as the ability of an ego to impose its will on an alter in social action, in interpersonal relations.(…) third mode, as power that controls the settings in wich people may exhibit their potentialities and interact with others (…) I call this third kind of power “tactical” or “organizational power”. But there is still a fourth mode of power, power that not only operates within settings or domains but that also organizes and orchestrates the settings themselves, and that specifies the distribution and direction of energy flows. (…) I want to use it as power that estructures the political economy. I will refer to this kind of power as “structural power”. This term rephrases the older notion of “the social relations of production” and is intended to amphasize power to deploy and allocate social labor. (Wolf, E. 2.001 b, p:384)
Esas cuatro manifestaciones del poder, personal, interpersonal, táctico y estructural, nos permitirán analizar el poder no sólo en términos de los ejercicios de dominación ejercidos sobre los campesinos, siervos o granjeros, sino también sus liderazgos individuales y colectivos, sus procesos de organización y movilización para la incidencia política a nivel local, regional y nacional, pues así como fue el poder estructural establecido el que permitió la permanencia de un sistema de producción con rasgos feudales en pleno proceso de modernización de la sociedad colombiana, también fue ese poder, por medio del entonces Instituto Colombiano de Reforma Agraria –INCORA-, el que permitió al movimiento campesino de la región recuperar más de 20.000 hectáreas de tierra para ser distribuidas entre las familias campesinas de la región.
IV. Para no olvidar
Para terminar, tengamos en cuenta algunas críticas a los estudios campesinos y de procesos de de luchas de revolución o rebelión que pueden ser muy útiles a la hora de construir una propuesta conceptual, teórica y metodológica para el estudio de este tipo de temas.
La primera crítica hace referencia a un problema bastante generalizado entre los intelectuales activistas del campo de las ong´s y es la valoración purista e ingenua de las construcciones y procesos de lo que para unos son los “pueblos originarios”, para otros los “sectores populares” y para los menos rigurosos, simplemente “las comunidades”. En palabras de Arturo Escobar,“(…) debemos tener cuidado de no naturalizar los mundos tradicionales, es decir, debemos evitar valorar como inocente y natural un orden que ha sido producido por la historia (…). Dichas categorías también pueden interpretarse en términos de efectos específicos del poder y el significado.” (Escobar, A. 1.998, p:323) En el caso del estudio de las luchas impulsadas desde los sectores rurales en las provincias del sur de Santander, es necesario tener en cuenta que las dinámicas de dominación y exclusión no sólo provienen de culturas o grupos sociales externos, también hay elementos propios que deben ser cambiados y que tal vez en su momento, fueron funcionales a las dinámicas de explotación a las que venían siendo sometidos. En el ámbito de la política la separación del mundo entre buenos y malos, entre inocentes y culpables, aun con todos los debates éticos que podría implicar, puede servir para movilizar o como diría Lenin en su momento, para agitar y esto, puede resultar en la acumulación de capital político si se utiliza de manera estratégica, o en palabras de Wolf, puede constituir una estrategia para el ejercicio del poder táctico, pero en el campo de la construcción del conocimiento, los juicios y los reduccionismos bipolares y moralistas, no hacen más que sesgar la mirada y acortar los caminos del saber.
Steve Stern, en su estudio sobre lo que él llama la Era de la Insurrección Andina, hace una crítica a nivel de los contenidos y metodologías para el análisis de los procesos insurreccionales, que brinda elementos muy importantes para la construcción de una perspectiva antropológica como la que venimos discutiendo. Según concluye en su artículo, es necesario avanzar metodológicamente en dos sentidos, Primero, debemos mostrar mayor respeto por la interacción de diferentes niveles de análisis: estructural, coyuntural y episódico (…) Un segundo correctivo metodológico consistiría en otorgar mayor atención a la interacción entre explotación o penurias materiales por un lado, y conciencia o indignación moral, por otro.” (Stern, S. 1.990, p:91) Aunque Stern se refiere específicamente a los estudios sobre la insurrección andina, es un llamado igualmente valido para los estudios sobre las luchas sociales en cualquier lugar y época y desde cualquier sector, es importante que la historia no sea simplemente un antecedente de los sucesos que intentamos comprender, que las condiciones estructurales no se limiten a la definición de un contexto, ellas deben entrar en interacción con los niveles más particulares de la acción misma, para lograr construir hipótesis e interpretaciones acordes con la complejidad de nuestras realidades.
Por último, aunque la base de cada uno de los elementos planteados a lo largo de estas páginas son los planteamientos de la obra de Wolf, cerraremos con una crítica a una de sus conclusiones acerca de las Luchas Campesinas del Siglo XX. En las últimas páginas de su obra, Wolf plantea que:
Durante mucho tiempo los marxistas han argumentado que los campesinos no pueden hacer una revolución sin dirección externa y nuestros ejemplos parecen apoyarlos. En donde el campesino se ha rebelado con éxito contra el orden establecido -bajo su propia bandera y sus propios líderes- logró en ciertas ocasiones los cambios que más deseaba en la estructura social del campo; pero de ninguna manera obtuvo el control del Estado, de las ciudades en que están los centros de control o de los recursos estratégicos no agrícolas de la sociedad. (Wolf, E, 1.999, p:399)
Una de las hipótesis que habrá de comprobar la perspectiva de análisis que a partir de los elementos aquí expuestos se construya, nacida de la información resultante del primer momento de investigación sobre la historia de las luchas de los sectores rurales en el sur de Santander, será totalmente contraria a la conclusión de Wolf. Que los sectores campesinos han emprendido y con éxito en muchos casos, sus propias luchas y bajo sus propios liderazgos. De otro lado, deberá demostrar que no es posible como lo pretende Wolf, generalizar las metas de las luchas campesinas. Si ellas no han logrado el control del Estado no es necesariamente un síntoma de fracaso, es posible que su meta no fuese esa, no tienen por qué, los sectores campesinos, con una identidad y una cultura propias, pretender las mismas formas de autoridad y dominación a las que ellos mismos han estado sometidos. En el caso del movimiento campesino del sur de Santander, el propósito nunca fue tomarse el Estado; anhelaban la construcción de poderes, autoridades y gobiernos propios que no reñían con la existencia del Estado ni demandaban su control, es decir, el centro de su propuesta de gobierno se centraba en el aumento de su poder estratégico a nivel local para la incidencia en el poder estructural a nivel nacional.

BIBLIOGRAFÍA

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Malinowski, Bronislaw
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(1.970)            “Manifiesto del partido comunista”. Moscú. Editorial Progreso.
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