“La importancia de llamarse Ernesto[1]”



Diana Elizabeth Castellanos Leal (Gabrielle Esteban)*


La conciencia de hacer saltar el continuo de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el instante mismo de su acción”
Walter Benjamin en Sobre el concepto de historia.

En el presente documento quiero poner en diálogo a tres autorxs[2], Walter Benjamin, Georges Didi-Huberman y Judith Butler, para promover algunas inquietudes personales en mi construcción identitaria, como una persona Transgénero[3]. Las inquietudes a las que me refiero pasan por cuestionarme la forma y el momento en que construyo mi identidad política, o como lo diría Rancière, la manera y las vías que utilizo para “subjetivarme”. Lo problematizaré con una anécdota: durante mi residencia en Ecuador como estudiante de la FLACSO, mis compañerxs y maestrxs, a petición mía, no me llaman por mi nombre legal, sino por mi nombre cultural[4]. Esto ha llevado a que en ocasiones, cuando “por error” me nombran como “Diana Elizabeth”, algunxs de mis compañerxs no sepan de quién se está hablando, porque para ellxs simplemente fui, soy y seguiré siendo Gabrielle, acá y en cualquier parte del mundo; para ellxs Diana Elizabeth no existe, o más bien, fue “algo” que fui en un pasado remoto. Entonces, si mi nombre legal coexiste con mi nombre cultural, ¿por qué creen que he dejado de ser Diana Elizabeth? ¿Nombrarme como Gabrielle necesariamente borra mi pasado como Diana Elizabeth? ¿Qué sucede con Diana Elizabeth, mientras soy Gabrielle? Veamos…

Para responder a estos planteamientos, discutiré en primer lugar lo que significa y propone mi nombre cultural, como mi primer acto de enunciación y subjetivación[5]: como persona Transgénero, Gabrielle ha sido la manera de cuestionar mi sexo biológico y la construcción de género “obvia” que de ella se derivaba, al imponérseme una feminización a partir de darme un nombre que pusiera en firme, quién era yo: Diana Elizabeth, mujer, femenina… en ese sentido, mi nombre legal me ubicaba dentro de la estructura-sistema sexo-género-deseo heteronormativo. Gabrielle, entonces corresponde a mi desidentificación de los nombres, normas, roles y prácticas de género de esa estructura-sistema, a partir de un autonombramiento de mi realidad fuera de ella. Judith Butler afirma que “(…) Ser llamado por un nombre es también una de las condiciones por las que un sujeto se constituye en el lenguaje” (Butler, 2007: 17), experiencia que he vivido a partir del reconocimiento que de mi nombre cultural realizan mis compañerxs y maestrxs en la FLACSO, que en ningún momento se pone en duda, precisamente porque la persona que “autoricé” para darme ese nombre fue a mí mismx. En Quito, Ecuador no cabe la menor duda de que existe Gabrielle.

Lo segundo que pondré en discusión, es lo que sucede cuando alguien me identifica con uno u otro nombre: ¿qué sucede cuando paso la frontera hacía mi país?, pues bien, que en Colombia, no cabe duda de que soy Diana Elizabeth, porque al contrario de lo que sucede acá, es que para mí familia, amigxs, excompañerxs, todx aquel quién me haya conocido, aunque sepan que soy Transgénero y que me he nombrado como Gabrielle, insiste en que nunca dejaré de ser Diana Elizabeth. En Colombia o en Ecuador soy “inteligible”, pero de maneras distintas y también con historias distintas. En mi práctica política, he podido observar que quiénes al igual que yo, se construyen desde lo Transgénero[6] para poder “ser” o subjetivarse, rompen con su memoria. Existe un antes y un después. Es como si la historia se contara en forma lineal y existiera un punto de quiebre en dónde al nombrarse de otra forma constituyera en sí, también, otra historia, que de muchas formas se borra al no contarse, porque nos lleva a historias de dolor, de no reconocimiento, de tránsito que la generalidad de las veces, muestra las múltiples maneras que las personas Transgénero somos el resultado de una “trayectoria hiriente” del lenguaje, al ser despreciadas y degradadas por la sociedad (Butler, 2006: 17) Lo Transgénero, en ese sentido, se convierte en un nombramiento obligado para que sea visible una existencia no buscada, unos cuerpos no deseados por esa sociedad y estructura-sistema sexo-género-deseo heteronormativo.

De acuerdo con lo anterior, y acercándome a la propuesta de Didi-Huberman, el concepto que de “Diana Elizabeth” tienen mis compañerxs, en especial, es que es un anacronismo, “la larga duración de un pasado latente” (Didi-Huberman, 2006: 126) no hay la posibilidad de coexistencia de ambos nombres, porque cada uno representa una historia y como si yo, al igual que muchas otras personas Transgénero rompieran con su propia memoria para crear una nueva y “darse un nuevo nacimiento”. Por el contrario, en mi práctica política y en mi historia personal, reconozco de antemano que para poder ser Gabrielle tuve que ser y reconocer a Diana Elizabeth y que mi historia más que un quiebre o fractura, ha tenido varios puntos de giro o “caídas e irrupciones [pues] no hay una línea de progreso sino series omnidireccionales, rizomas o bifurcaciones donde, en cada [nombre] del pasado, chocan lo que Benjamin llama su ˋhistoria anteriorˊ y su ˋhistoria ulteriorˊ (…) la historia en su relato está hecha de ˋinversionesˊ y ˋenvolvimientosˊ, entonces será necesario renunciar a los seculares modelos de la continuidad histórica” (2006: 135-136) Gabrielle y Diana Elizabeth, son saltos en la historia que hacen parte de una misma memoria, de una misma persona, de un mismo cuerpo. No es que Diana Elizabeth deje de existir en Ecuador, ni Gabrielle en Colombia, no es que porque no me nombre, cualquiera de mis nombres se borren o se pierdan sus historias. Coexisten dentro de la misma historia, a partir de un constante retorno de significados y resignificaciones. Lo que era Diana Elizabeth en Colombia no significa lo que es en Ecuador, ni es lo que era hace diez o cinco años, pero hace parte de mi unidad identitaria, al igual que Gabrielle.

Me sumo a la propuesta de Didi-Huberman sobre la memoria como proceso. Gabrielle es un sujeto en construcción que comparte experiencias y perspectivas con Diana Elizabeth; de alguna manera lo entiendo también como una proyección de lo que fui. Son dos nombres distintos con subjetivaciones diferentes, que necesitan ser nombradas por aparte, para ser reconocidas pero que hacen alusión a una realidad, que puede convertirse en múltiples realidades, como es obvio sucede dependiendo del lugar en el que resida. No es la representación de una fractura, sino la imperiosa necesidad de dar un lugar a aquello que entiendo por mí. Es importante llamarse-me Ernesto o Diana Elizabeth o Gabrielle, no sólo para darme un lugar en el lenguaje, sino para recordar que ni existe una linealidad histórica, ni una única forma de ser, o que podemos no resignarnos a permanecer inmóviles en nuestras historias, cuerpos, proyecciones y memorias sino también porque “un cuerpo que es, estrictamente hablando, inaccesible, se vuelve accesible en el momento en que nos dirigimos a él, con una llamada o una interpelación que no ˋdescubreˊ el cuerpo, sino que lo constituye fundamentalmente” (Butler, 2006: 21) Por ello, reivindico mis nombres como posibilidades de ser y de constituirme, como sujeto político, como memoria corporal e histórica en constante cambio y resignificación, como persona que ha optado, elegido y asumido constantemente construirse lugares y no lugares de nombramiento, para abrirle a otras personas la misma posibilidad de construirse y pensarse más allá de la estructura sistema heteronormativo que se nos ha impuesto.

Bibliografía

Butler, J. (2007). Lenguaje, poder e identidad. Madrid: Síntesis.

Didi-Huberman, G. (2006). Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

Rancière, J. (2006). Política, policía, democracia. Santiago de Chile: LOM Ediciones.






* Maestría en Antropología Visual y Documental Antropológico Facultad Latinoamérica de Ciencias Sociales, FLACSO – Ecuador. Pensamiento Político. Profesor: Eduardo Kingman


[1] El nombre de este ensayo hace referencia a la comedia de Oscar Wilde “La importancia de llamarse Ernesto”, cuyo título original en inglés es “The Importance of Being Earnest”, escrita en 1895; sin embargo hago alusión sólo al nombre y no al contenido de la obra como tal.

[2] Para efectos del presente documento utilizaré la “x” para referirme a las personas con una identidad de género y orientación sexual diversa, respetando las actuales discusiones sobre como nombrar el género, ahora bien que hay personas que proponen su lugar de enunciación desde un género no determinado por lo masculino o lo femenino, sino que se plantan en la indefinición, como lugar político de resistencia. Acá la “x” es un espacio neutro en cuánto al género.

[3] Desde mi práctica política entiendo la identidad Transgénero, como la constante movilidad entre uno y otro género, sin la necesaria y cuasi obvia inscripción en alguno de los géneros impuestos (masculino o femenino). Esta movilidad puede estar dada por intervenciones corporales quirúrgicas (mastectomía, histerectomía, mamoplastia, hormonización, etc.) estéticas (maquillaje, trasvestismo, utilización de vendajes para el ocultamiento del pene o los senos, utilización de prótesis, etc.), jurídicas (cambio del nombre y el sexo legal) o la combinación de todas estas posibilidades en la búsqueda de una no-categorización o encasillamiento esencialista de correspondencia entre “lo biológico” y “lo cultural” o entre sexo y género.

[4] Nombre cultural es aquel con que las personas Transgénero nos autonombramos, y con el que de alguna manera visibilizamos y performamos el género con el que nos identificamos.

[5] Rancière proponía que ésta última, precisamente es “un proceso de desidentificación o de desclasificación” (Rancière, 2006: 21)

[6] Esta categoría llamada “sombrilla”, acoge diferentes formas de construcción corporal como el Trasvestismo, la Transexualidad, el Transformismo, la androginia, entre otras.

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