País: México
Realizador: Juan Carlos Rulfo
Idioma: Español
Duración (minutos): 75
Del olvido al no me acuerdo, un viaje de recuerdos bajo el sol.
"El camino subía y bajaba: ‘sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para El que viene, baja’.”
Juan Rulfo
Esta película es la historia de un viaje. Así como el hijo de Pedro Páramo, el director de esta película se encamina en una búsqueda para encontrar lo que queda de su padre. Para ello, Juan Carlos Rulfo, hijo del célebre escritor mexicano Juan Rulfo, vuelve a las montañas de Jalisco con las cámaras y un equipo de trabajo que pretende devolverle de nuevo la vida a Juan a través del recuerdo de quienes pudieron conocerlo. Sin embargo, esta historia no es solo una evocación del escritor sino una serie de retratos vivos, tal vez los últimos, de una época. Es la historia de cómo se decían y cómo eran las cosas en el pueblo antes.
El documental está lejos de ser un relato personal y más bien, es una historia a varias voces que se va hilvanando con los narraciones de un grupo de viejos habitantes que mientras hablan del amor, la vida y la muerte, nos recuerdan que el paso del tiempo es inevitable y que la memoria también está hecha de olvidos.
Las cámaras llegan buscando a Juan, por lo menos lo que la gente cree recordar de él, pero como dice uno de los personajes, el escritor Juan José Arreola, “tratándose de Juan todo se envuelve en leyenda, en un aura mágica”. Ha de ser por esto que la cámara inquieta termina paseándose por las montañas y las calles de Jalisco, descubriendo formas en las nubes, registrando el brillo del sol y provocando con sutileza tal vez las últimas palabras sobre un tiempo que se queda atrás, que ya no vuelve. Eso lo sabe por ejemplo Justo Peralta, peón, mozo y arriero de la hacienda de Totolimispa cuando evoca diálogos como este:
“¿Cómo ves el mundo?
-Como siempre lo he visto, le dije.
-Pues este no, ya no es el que viste ayer
-¿Cómo no ha de ser el mismo, luego que tiene de nuevo?
Dijo mira, Cada día que va pasando vas dando un paso a la sepultura, por eso no es el mismo”.
Según el director, Del Olvido al no me acuerdo es una gran conversación en la que se dan cita varios amigos a platicar de cosas, y como en todas las conversaciones, las cosas son tan variadas y tan sin un orden que uno sabe cuál es el final”. Lo cierto es que en cada uno de los relatos se vuelve al momento y al lugar, porque el espacio no es únicamente locación sino el ancla de las palabras, de los recuerdos de quienes lo habitan o quienes regresan para hablar de cómo eran las cosas, cómo se cantaba, cómo se bailaba o cómo se conquistaba en Jalisco en la época de Juan Rulfo, aún cuando existan pocos recuerdos exactos de quién era él o qué hacía.
“Estaba nuevo”, dice Cirilo, otro de los protagonistas para referirse a ese momento en el que él era joven y trabajaba para la hacienda de la familia Rulfo. “Le gustaba estudiar”, dice otro de los entrevistados que provocado por la cámara decidió escarbar en sus recuerdos para hablar de su vida y se encontró de forma fugaz con Juan en su memoria, justo en una de esas tardes de domingo en las que Juan Carlos Rulfo se sentó en las afueras de las casas de los viejos a preguntarles por cómo eran esos tiempos pasados, pues como él mismo dice, tiene una “fascinación por recordar cómo era la vida de otros días”.
“Estaba nuevo”, dice Cirilo, otro de los protagonistas para referirse a ese momento en el que él era joven y trabajaba para la hacienda de la familia Rulfo. “Le gustaba estudiar”, dice otro de los entrevistados que provocado por la cámara decidió escarbar en sus recuerdos para hablar de su vida y se encontró de forma fugaz con Juan en su memoria, justo en una de esas tardes de domingo en las que Juan Carlos Rulfo se sentó en las afueras de las casas de los viejos a preguntarles por cómo eran esos tiempos pasados, pues como él mismo dice, tiene una “fascinación por recordar cómo era la vida de otros días”.
Se advierte pues la vitalidad y a la vez, la limitación de la memoria como capacidad para recordar. Y sin embargo, vemos que el olvido también nos cuenta en este documental. que mezcla el modo de representación poético e interactivo para lograr un entramado donde la polifonía, el diálogo y la subjetividad son la base para el ejercicio de la memoria. Así, los relatos de los viejos se mezclan con los planos abiertos y casi oníricos del paisaje que evocan estilísticamente al mismo Rulfo (padre), el montaje expresa evidentemente el cariño con el que el director busca a su padre, pero acepta las historias de los protagonistas como una forma de encontrarlo. Además su presencia y comentario personal es evidente, aunque no esté directamente en escena. De este modo, la película es un ejercicio mnemónico en el que confluyen los recuerdos y los olvidos de una época, de un sujeto, de un pueblo e incluso de un estilo narrativo (el de Juan Rulfo).
Este largometraje, el primero de Juan Carlos Rulfo, consolida una relación que el director establece entre el cine y la memoria, donde el cine funciona como provocación. En su anterior realización, El abuelo Cheno y otras historias (1995), Rulfo también logra agilitar a través del diálogo una memoria familiar que se vuelve polifónica y que está a punto de perderse en la fugacidad del tiempo. De este modo, el guión, la fotografía y el montaje se convierten en herramientas a través de las cuales se construye un producto audiovisual que salta de la reflexión y el recuerdo íntimo, a la posibilidad de generar un documento que con cada testimonio recogido bajo el sol imponente de Jalisco va cobrando mayor trascendencia para la memoria de todo un pueblo.
por Rubén Jurado
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que este film documental, en donde el autor utiliza como detonante la búsqueda de los recuerdos de su padre, logra de una forma polifónica contarnos mucho mas de lo que aparentemente se propone, pienso que el gran logro de esta película es justamente ese, dejar que las historias vayan saliendo y nos cuenten mas que solo los recuerdos o la ausencia de ellos sobre Juan Rulfo.
El director permite que los protagonistas tan carismáticos lleven la narrativa de este filme, según ellos y ellas van hablando, contando sus anécdotas y cantando sus canciones vemos como dice Isabel “tal vez las últimas palabras sobre un tiempo que se queda atrás, que ya no vuelve”, eso me recuerda la enorme capacidad que tiene el cine de mantener viva la memoria de los pueblos y de sus gentes.
Durante todo el transcurso del filme estamos yendo y viniendo entre el pasado y el futuro, la memoria de aquellos tiempos viene y se planta entre canciones e historias de amores, Juan Rulfo pasea por esos planos, por esas nubes y su hijo nos permite ver a través de la poética de su lenguaje audiovisual ese homenaje a su padre, sin embargo algo que me parece importante es que no es necesario conocer a Juan Rulfo a su obra o a su historia para entender y disfrutar mas de esta película.
Quien a leído la obra de Juan Rulfo no podrá evitar hacer una lectura haciendo uso de esa memoria, de esos relatos, esa interpretación será rica pero no es imprescindible ni quita fuerza al planteamiento narrativo y visual que el autor hace en este filme.
Mientra veía y escuchaba “Del olvido al no me acuerdo” no solo me invoco las memorias de ese pueblo, de esas vidas, de ese autor, sino que poco a poco fue incrementando mis reflexiones sobre lo mágico, sobre la muerte, la soledad y el tiempo.